CASAS VACÍAS: EL SUPLICIO DE SER MADRE
- Samantha Lamaríz

- 20 dic 2022
- 3 Min. de lectura
Brenda Navarro, autora mexicana, economista y socióloga, debutó su carrera como escritora con la novela Casas vacías, obra que ahonda en la maternidad y todas las vertientes que pueden surgir de esta pero, sobretodo, se enfoca en lo doloroso que puede ser convertirse en madre, al grado de perder la individualidad y trasmutar a una tristeza que se expande hasta el fin de los tiempos.

La novela se divide en dos protagonistas, quienes se encargan de mostrarnos las dos caras de la misma moneda. La primera madre arranca la historia con la noticia de que se han robado a su hijo, Daniel, de tres años de edad. Su narración es una mezcla entre una tristeza rancia y la culpabilidad duradera, cada línea está cargada de una sensación de impotencia que asfixia. "Respira, respira, respira..." Repite constantemente la mujer, cuyo nombre jamás llegamos a conocer.
La segunda madre tampoco tiene un nombre, se reduce a ser la novia de Rafael, la hija de su madre y la hermana de su hermano muerto. La que hace paletas y pasteles y los vende, la que se mantiene sola, la que si la golpean, golpea. La que desea, más que nada en el mundo, ser madre. La que se roba a un niño de un parque para poder criarlo.

Las narraciones en sí son muy distintas, la primera madre, reparte su dolor en oraciones poéticas, embellecidas, habla desde la ausencia y la sensación de una búsqueda perpetua que no desemboca en nada. "No importa lo que diga el resto: muerto es mejor que desaparecido. Los desaparecidos son fosas comunes que se nos abren por dentro y quienes las sufrimos lo único que deseamos es poder enterrarles ya..." Confiesa la mujer mientras se lamenta de no haber abortado, de no haberse evitado ese dolor que ella nunca quiso, puesto que jamás se vio a sí misma como a una madre. Por otro lado, la segunda madre, mantiene un ritmo fresco, intenso, tristísimo, porque mientras más va conociendo una como lectora su historia, más se le apachurra el corazón. Hija de una violación, amante de un hombre violento, resignada a un mundo donde todo parece estar "jodido". Lo único que ella anhela es una hija, que Rafael le haga una niña, y con eso ella se quedaría feliz. Siempre feliz.
La novela me encantó, me causó mucha tristeza leer esta historia, dos mujeres que sufren incluso desde antes de ser madres, y que sufren aun más al serlo. Relaciones románticas que se desgastan, que terminan por lacerar el alma, hijos que no les pertenecen, y miedos que las estancan. Ambas madres se contemplan a sí mismas como mujeres que se quedan por miedo, que esperan, cada día, que la situación mejore, y cuando se dan cuenta de que aquello no va a suceder, se resignan, porque al mundo se viene a sufrir. "¿Por qué lloramos al nacer? Porque no queríamos venir a este mundo".
Daniel, quien cambia de nombre a Leonel con la segunda madre, es el objeto de deseo de ambas y, al mismo tiempo, su mayor tristeza y lamento. Un niño con autismo que llena de amor y dolor a las dos mujeres, quienes lo adoran al tiempo que no saben qué hacer con él. Lo aman tanto como lo temen.
La novela, en mi opinión, es una profunda reflexión sobre la maternidad, los mitos de la madre perfecta, y la mentira de que los hijos vienen a solucionar la vida de los padres. De igual forma, Brenda nos comparte una realidad que atormenta y acecha el presente, las desapariciones, que están tan presentes aunque cueste encararlas. La autora plantea esta cuestión como un dolor intenso, que se queda para siempre, que no hay descanso, puesto que lo que predomina es la incertidumbre.
Es una obra intensa, maravillosa, con una narración bellísima y súper interesante. Me encantó. Ha sido de mis mejores lecturas del 2022.



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